Por Télam - Sabado, 02 junio de 2007 2:42 PM
Fue durante el papado de Paulo III. Hasta el 2 de junio de 1537 -con el pretexto de que ignoraban la fe católica- a los indios se los consideraba animales, se los reducía a servidumbre y se los trataba como a bestias. Esta bula fue el antecedente de las Leyes Nuevas promovidas en 1542 para remediar los abusos cometidos contra los originarios.
Por Ana María Bertolini
El 2 de junio de 1537, el papa Paulo III promulgó la bula que le reconoció por primera vez a los aborígenes del llamado Nuevo Mundo entidad de seres humanos.
Hasta ese momento, con el pretexto de que ignoraban la fe católica, se los consideraba animales, se los reducía a servidumbre y se los trataba como a bestias.
"Sublimis Deus", tal el nombre de aquella bula, significó un primer jalón a su favor: "los indios son hombres" -declara- y por tanto "tienen derecho a su libertad, a disponer de sus posesiones y a abrazar la fe (...) que debe serles predicada con métodos pacíficos, evitando todo tipo de crueldad".
Los promotores de este documento fueron los frailes dominicos Bernardino de Minaya y Julián Garcés, este último, obispo de Tlaxcala, quienes interesaron al Papa sobre esta cuestión.
De Minaya viajó a Roma para informarlo sobre los malos tratos a que eran sometidos los indios y Garcés le escribió una carta denunciando que se cometían "errores diabólicos".
La bula, dada en Roma en el año 1537, "el cuarto día de las nonas de junio (2 de junio), en el tercer año de nuestro pontificado, está basada en la palabra de Jesús, quien les ordenó a los predicadores: 'Id y enseñad a todas las gentes'". "A todas dijo, sin excepción, puesto que todas son capaces de ser instruidas en la fe", enfatizó Paulo III en su bula.
"Nos pues, que aunque indignos hacemos en la Tierra las veces de Nuestro Señor (...) determinamos y declaramos que dichos indios, y todas las gentes que en el futuro llegasen al conocimiento de los cristianos, aunque vivan fuera de la fe cristiana, pueden usar, poseer y gozar libre y lícitamente de su libertad y del dominio de sus propiedades". Y agregaba: "no deben ser reducidos a servidumbre y todo lo que se hubiese hecho de otro modo es nulo y sin valor".
Esta bula fue el antecedente de las Leyes Nuevas promovidas en 1542 para remediar los abusos cometidos en contra de los indios por los encomenderos y de las que surgieron como consecuencia de la Junta de Valladolid.
El régimen de la Encomienda había sido creado en 1513 por las Leyes de Burgos, que si bien respetaban la condición de no esclavo del indio y mandaban a evangelizarlo, lo obligaban al trabajo forzado en encomiendas, lejos de su familia y de su medio natural.
Las Leyes Nuevas, surgidas bajo Carlos V por inspiración de fray Bartolomé de Las Casas, supusieron una revisión de las de Burgos: recordaron solemnemente la prohibición de esclavizarlos y abolieron las encomiendas. De ahí en adelante, éstas dejarían de ser hereditarias y desaparecerían a la muerte de los encomenderos todavía existentes.
Pero dado que, al ser despojados de sus privilegios, muchos colonizadores amenazaban con regresar a España, Carlos V se vio obligado a dar marcha atrás.
En 1545 emitió una cédula que ordenaba encomendar los indios a los hijos, después de la muerte de sus padres, y también a sus viudas, suspendiendo así la provisión contraria establecida por las Leyes Nuevas.
Por aquel tiempo, las aguas se dividían entre quienes simpatizaban con Ginés de Sepúlveda, quien en su "Democrates Alter" había considerado al indígena más parecido al mono que al hombre; y quienes adherían a fray Bartolomé de las Casas, defensor de los derechos indígenas.
En 1549, el fraile le pidió al emperador que se realizase una junta con juristas y teólogos, para definir el modo justo de hacer las conquistas.
Esto dio lugar a la constitución de la famosa Junta de Valladolid, entre 1550 y 1551, en la que, entre otros muchos, participaron Sepúlveda y Las Casas.
De esa polémica que se extendió por varios meses, no surgió ningún corpus legal, pero ayudó a que con el tiempo se dictaran otras Leyes de Indias que se agregaron a las anteriores, tendientes a disminuir la codicia de los colonizadores y a mantener vivos a los pueblos originarios.
La explotación del aborigen prosiguió, sin duda, de una u otra forma, hasta nuestros días, pero -bula Sublimis Deus mediante- con una diferencia fundamental: fue a sabiendas de que ellos son humanos, y sin duda, mucho más que sus explotadores.